1.

Cuando Lorena tenía nueve años, ella y su hermana, registrando los armarios de casa en busca de ropa para disfrazarse, encontraron una cinta BetaMax escondida bajo un montón de camisas antiguas. No recuerda dónde andaban sus padres. Ellas estaban solas. No pudieron resistir la tentación de ver el video. Entonces apareció en la tele la Cicciolina, en una de sus películas de los ’70, gimiendo en acrobáticas posturas, gritando palabras que las niñas nunca habían escuchado.
Las hermanas se miraban sonrojadas, reían inquietas. Lorena no recuerda si sabían exactamente qué pasaba. Intuían algo arcano, prohibido, detrás de aquellas imágenes enterradas en el fondo del ropero. Acordaron no contarlo, devolvieron la cinta a su origen. En la cena, mientras sus padres comían muy serios y miraban la tele, las chicas compartían risitas cómplices, un tanto nerviosas. Nunca más hablaron entre ellas de su hallazgo de esa tarde. Según Lorena esa cinta la marcó para siempre. La veía como un anuncio de su destino. Yo siempre le comento que es difícil de decir. Sobre su hermana al parecer no tuvo ninguna influencia. Lorena responde que en realidad nadie conoce al vecino, que quizás su hermana es igual que ella y no lo sabemos.
La conocí en Inventia. Era la chica de la puerta, recepcionista, teléfono, un poco ayudante de nóminas y contabilidad, yo el informático, el chaval para todo que desatascaba la impresora, te encontraba las barras de herramientas del word que habían desaparecido, hacía funcionar el correo y si hacia falta cambiaba una bombilla o arreglaba la maquina de café.
La empresa se dedicaba a la construcción. Fontanería, electricidad, climatización, sistemas contra incendio. Lorena llevaba ya un par de años cuando entré. Empecé a trabajar un 29 de enero, dos días después andaba por raval y entré en un bar, ni siquiera miré el nombre, luego supe que se llamaba Calipso. Detrás de la barra Xamantha y Magenta.

2.

Xamantha es nombre de puta, eso todos lo saben. Buen culo, grandes tetas, rubia, pelo largo, rizado. Magenta aniñada, graciosa, linda. Magenta embruja con silencios. Magenta rosada. Por suerte soy daltónico. Xamantha dice amarme. Lo dice así «te amo». Nunca había oído a nadie esa frase en directo. «Te amo». A cualquier otro le quedaría cursi. En ella suena auténtico. Sus densos labios pintados de rojo diciendo te amo. Tiene el tono. De cualquier forma no le creo.
Magenta no habla. Me mira desde su lado de la barra con esos ojos grandes, a veces sonríe. Y yo imagino cosas. Tiene un rostro curioso, triste quizá. No es una cara de portada de revista pero tiene un aire mágico. El guiri le dedica poemas que seguramente nunca se atreverá a enseñarle.

Magenta brisa
Magenta enigma
Magenta los ojos más lindos de la comarca
Magenta andar flotando
Magenta silencio
Magenta las piernas que salvaría del naufragio

Cada noche paso al menos tres horas en El Calipso. Hablamos, bebo, beben, el guiri se ríe, hace chistes. Al día siguiente voy al trabajo con grandes ojeras. Xamantha se agacha para coger una botella de licor en el estante de abajo y deja ver -me deja ver- el tanga blanca entrando en sus nalgas bronceadas. Yo bebo más cerveza, intento mirar hacia otro lado. No me hace sentir incómodo pero me daría cierto reparo que me descubriera contemplándola. No creo que le importe, incluso pienso que de algún modo le gusta, no puede ser descuido. De todos modos prefiero aparentar timidez y recato.

3.

Los viernes salíamos a comer en el trabajo. Era una especie de tradición de la que fui informado el día que tuve la primera entrevista. Después de leerse mi currículum y comentar un par de cuestiones -¿Por qué te fuiste del hospital aquel? ¿Cuáles son tus defectos como trabajador? ¿Por qué no terminaste la carrera?- Albert me informó de la comida de los viernes.
El primer viernes Lorena se sentó a mi lado. Hablamos de cine. Ella era fans de los coreanos, chinos, tailandeses, yo reía hablándole de Jackie Chang y Jet Li. «¿Qué es una peli de chinos si no hay patadas?» Citaba con soltura nombres que no me sonaban de nada, Park Chan-wook, Zhang Yimou, Pen-Ek Ratanaruang. Introspección. Películas en que no pasa nada. Largos planos en silencio sobre bosques de abedules. Paisajes Zen.
- Y en versión original, claro.
- ¿Chinos hablando chino?
- Y coreano…
- ¿Chinos hablando coreano?
- Chinos hablando chino, coreanos hablando coreano, tailandeses hablando…
- Ya lo entiendo, igual es más sencillo Jet Li, todos hablando inglés, todo doblado, todos contentos.
Se aparta el pelo de los ojos, suele hacerlo. No llega a ser un tic, no es molesto. Supongo signifique algo. Un psicólogo agudo quizás pueda sacar todo un perfil de un detalle así: Lorena González, habla de chinos y se aparta el flequillo de los ojos. Un par de años más tarde se cortará el pelo y aún le quedará ese ademán, una vaga caricia en la frente. Entonces será más difícil de interpretar. El psicólogo agudo podría confundir el gesto con deseos de apartar pensamientos hostiles, ligeras cargas mentales. Buscará más pistas, uñas mordidas, tamborileo de los dedos sobre la mesa, la manera de encender un cigarro. Nadie recordará aquel flequillo rebelde.

4.

El guiri es un tipo vital como todos los de su especie. Jamás parece tener problemas. Siempre riendo y fanfarroneando en su castellano torpe. En verdad es tímido. La primera noche que entré acá él también estaba. No sé cómo escribe sus versos. Supongo los hace en inglés y luego los traduce. Es ingeniero industrial. Una empresa inglesa le paga sueldos ingleses por trabajar en el sol de España. Podía ser un yuppie con corbata follando putas caras en los bares de la zona alta. Prefiere el Raval. Prefiere El Calipso.
Se apoya a mi lado en la barra, me invita a un cubata, habla, me cuenta no sé qué, yo comento distraído una noticia del diario. En los altavoces suena una trompeta. El guiri cierra los ojos y acompaña el ritmo con las palmas. Gira. Baila. Satchmo, dice, I love al tío este. Abre los brazos. Ven nena, baila with the superguiri, dice a Xamantha. Los clientes lo miran, ríen, cuchichean. Xamantha dice que ni hablar. Va entonces a por Magenta. La agarra de una mano y le hace dar un par de vueltas torpes. Ensayan algo parecido a un vals. Viene hacia mí. Lo aparto con una mano.

Eran tiempos de comenzar. Nuevo curro, nuevo piso compartido, nueva soltería, nuevos amigos. Había estado viviendo un par de años con una chica. Yo era administrativo en un hospital y arreglaba los ordenadores de los colegas cuando se estropeaban. Era simple y feliz. Un día la chica y yo rompimos, a la semana siguiente pedí la cuenta en el trabajo. Poco más que contar. El dolor de las cosas que se acaban, la incertidumbre de buscar faena, la historia de siempre. Encontré una habitación en lo de la Luisa, un antiguo amigo me comentó que buscaban alguien en Inventa y empecé a frecuentar El Calipso.
Cumplía treinta años en breve. Era como nacer de nuevo.

5.

Subo a la azotea con un puro, la Biblia y un vaso de Macallan sin hielo. Es el único wisky que soporto. Siempre tengo una botella. Mi pequeño lujo. El puro es un Montecristo del 4. La Biblia, de principios de siglo -del siglo XX- raída, manoseada, fue del padre de mi madre.
Contemplo la ciudad, fumo y bebo despacio, saboreando Escocia. La malta baja mi garganta relajándome. No hay frío. Es febrero pero el invierno ha sido leve. Un solecito guapo alegra los huesos y me hace feliz.
A lo lejos el reloj del BBVA, insomne, contándonos el tiempo en negro sobre blanco. Girando para todos, por partida doble, las manecillas sobre su centro y a la vez el reloj completo sobre el eje vertical que lo ata al edificio. La sagrada familia, siempre inconclusa, advirtiendo que sólo el deseo es eterno. El mar más allá, a la derecha el puerto, después el sur, África, el desierto.
Quizás alguien me mire desde Argelia.

¿Acaso nos desechará el Señor para siempre?
¿Ya no volverá a ser propicio?
¿Se ha agotado su misericordia?
¿Se han acabado sus promesas?
¿Se ha olvidado de ser clemente?
¿En su ira ha cerrado su compasión?

Fumo despacio. Disfruto cada átomo de este puro de nombre distante. Mi mente en blanco. No necesito fórmulas budistas. Ahora mismo sólo soy cebada, alcohol y humo. Y dos ojos que se tragan la ciudad.

6.

Los pechos de Neus son duros, enormes. Mis dos manos no abarcan uno. Está encima de mí. Moviéndose sin pausa. Me siento un niño de historias manga violado por su maestra lasciva. Intento incorporarme, morderla. Ella me empuja contra la cama. Quiere un orgasmo y nada va a detenerle. Tiene los ojos cerrados. No habla, casi no gime. Está concentrada.
La llamo por teléfono cada dos o tres meses para saber cómo está. Siempre dice que todo bien y me cuenta alguna tontería del trabajo, de la hija, de su vida. Un día me llama y pregunta si me apetece verla. Jamás me he negado. Quedamos en cualquier bar. Ella bebe vinos, yo cervezas. Hablamos horas. Somos muy amigos. Terminamos invariablemente en su cama. Unas veces follamos bien, otras no tanto. Despertamos abrazados con el sol de las siete que atraviesa su ventana.
La conocí en un bar. Noche vieja. Hace años. Bailamos. La invité a cerveza. Aceptó pero dijo que quizás no le convenía. Cuando bebo mucho pierdo la cabeza, dijo. Mejor, dije yo, así me aprovecho de ti y te llevo a mi cama. Igual sí, dijo y sonrió. Hablamos del amor, de los sucedáneos del amor, de su hija «este año lo empieza con su padre». Sobre las cinco de la mañana dije que me iba. «Termino esta cerveza y me voy a casa, si quieres vienes conmigo» Puede ser, dijo. Fuimos a su casa. Amaneció mientras follábamos. Nos besamos tiernos y nos deseamos feliz año.
Se ha corrido, me he corrido enciende un cigarro y lo fuma relajada. Estoy recostado sobre su muslo. La acaricio. Pienso que pronto seré viejo, que debería ahorrar, casarme, tener hijos. Pienso en como sería vivir con Neus.
De pronto mira el reloj. Se levanta apurada. Contemplo su cuerpo mientras se viste, sus tetas enormes que se mantienen firmes a pesar de sus trentaymuchos.
- Tienes que irte, dice, en cualquier momento llega Marta con su abuelo.

7.

Lorena y yo nos hicimos amigos. Ella también acababa de salir de una relación. De su ex hablaba poco. Siempre tuve la sospecha que ni siquiera había sido un tipo que la había marcado. Estuvieron juntos nueve años pero daba la impresión que si Lorena echaba algo a faltar de ese tiempo era la cálida costumbre de no sentirse sola en casa. Cada día, sobre las 10:30 yo desayunaba y le llevaba un café con leche de la máquina. Ella no podía alejarse de la recepción. Sobre las 2:00 comíamos. Se traía elaborados platos que calentaba en el microondas. Lasaña de carne y berenjena, rissoto de parmesano con salmón y piñones, Bacalao al Idiazabal. Parecía que pasara toda la noche cocinando. Era divertido comparar sus tuppers con los míos. Siempre pasta o arroz con salchichas que me hacía a toda velocidad en las mañanas antes de ir a trabajar. A veces ella traía comida de más y me alimentaba como una hermana o una novia hacendosa.
- Hoy tocan lentejas, querido
- Si me gustan las como y si no…
- Pues ya sabes
- ¿Llevan verduras mamá?
- Claro cariño
- No me gusta lo verde
- El verde te hará grande, tienes que comer verduritas, pescado y frutas.
- Bueno bajaré al super a comprar un postre
Traía tartas de chocolate, helados, profiteroles. Cualquier cosa cercana a las 1000 calorías. Lorena se lo comía a regañadientes. Juraba que lo sudaría luego en el gimnasio.
- Me obligas a hacer horas extras malvado.
- Ya estás bien así mami.
- Ya lo sé pero si me guío por tu dieta, en dos meses pareceré una foca.
- Así nadie te mirará y te tendré solo para mí.

8.

Siento ruidos al lado. El Henry despierta temprano. Uruguayo. Sin papeles. Un poco loco. Somos cuatro en el piso, dos colombianos, el uruguayo y yo. Nos vemos poco. No nos molestamos. A veces coincidimos y bebemos algo pero sólo con el Henry tengo trato. Insiste en que le llamen jenrri. No sé si su nombre es Henry, Enrique o cualquier otro.
No suelo traer chicas. Me da vergüenza que vean esto. Cuatro tíos viviendo juntos sin normas ni control. La cocina sucia, el baño sucio. Siempre me digo que tengo que recoger y limpiar. Siempre me digo que he de buscar otra cosa pero aquí pago poco y no estoy mal. No me gusta vivir solo.
Vengo a casa nada más a cenar y a dormir. Rara vez estoy en el sofá mirando la tele. Sólo si hay fútbol. El uruguayo va por el Madrid. Yo muero por mi Barça. Cuando pierdo suelo encontrar en mi puerta algún papel diciendo felicidades, visca catalunya o cosas así. Tiene en su cuarto una bufanda merengue y una bandera de Peñarol.
Me he levantado. Pongo el noticiero de la uno mientras me voy vistiendo. Hoy no me da tiempo prepararme nada, comeré en el bar. Me recuesto en la puerta del baño a esperar que el Henry termine de lavarse la boca para entrar. Los colombianos duermen. Trabajan de cocineros y hacen turno de noche. Me saluda con un guiño, deja de cepillarse, escupe pasta.
- ¿Qué? ¿Otro penalti fantasma? – dice.
- No vi el partido.
- Qué pena, .

9.

Hemingway llegó a Tarragona el cinco de noviembre de 1938, iba con Capa y Herbert Matthews -Herbert Matthews entrevistaría veinte años después a Fidel Castro en la Sierra-, habían dejado atrás el frente del Ebro. Hem envió por cable tres artículos al Kansas City Star. Se publicaron los tres domingos siguientes. Pocos los conocen. Un artículo era sobre los toros, otro sobre el vino, el último una especie de recreación costumbrista sobre la vida en España, vendimia, flamenco, boinas, tracas. Nada sobre la guerra, ni una línea. Todo era inventado. Era el pago a una apuesta que había perdido con Pete Wellington.
El guiri es épico. Todo lo que cuenta se convierte en grandioso. En su boca algo tan cotidiano como el ir a comprar pan puede sonar a La Odisea.
¿Qué hago cada noche escuchando hablar a este tipo sobre cosas que no me interesan? No estoy seguro si es porque me he acostumbrado, porque en casa me aburro, por Xamantha, por Magenta.
Vine a Barcelona para estudiar español, cuenta el guiri. Se había graduado de ingeniero industrial con 23 años. Había estado en la final de la Champions del 98, había estado también en Pamplona en San Fermín y en Madrid y Málaga. «No estoy seguro por qué elegí justamente Barcelona. Se supone que si quieres estudiar español te vas a Madrid ¿no?» Después regresó a Manchester, luego vivió en Sudáfrica, viajó por la India y por Australia. Su madre murió, regresó a casa. Dos meses después lo ficharon sus jefes de ahora.
Ponme otro digo a Xamantha. Y ponle uno también al amigo turista. El guiri se ríe. ¿Qué decías de la Champion? – pregunto. Xamantha prepara los dos cubatas, los pone frente a nosotros y se sienta al otro lado de la barra. Magenta pasa con una bandeja. El guiri flota. Yo silencio.

10.

El novio de magenta es cubano. Llevaban cinco años juntos. El guiri lo odia. Se divierte inventando formas de asesinarlo. Yo lo consuelo, le digo que después de tanto tiempo ya no deben follar, que cada vez estará más cerca la ruptura, que es estadístico, el fin de año, o el verano, después de vacaciones, los viajes siempre traen broncas Es diseñador, es petulante. De esos tipos que te miran desde atrás de sus gafas naranjas y te piden la hora como si te estuvieran haciendo un favor. Lo mejor es que se dedica al packaging, dice el guiri. «¿A qué?» «Al packaging, hacer cajitas, envases y mierdas de esas, todo el puto día, y el hijo de puta se cree unToscani.» «¿Quién coño es Toscani?» Un publicista, dice.
«Le enviamos por correo una caja envuelta en papel de regalo satinado y topeguay, muy grande, muy pesada. Abre la caja y hay un ipod touch, último modelo y otra caja, abre la otra caja y hay una revista con fotos muy chulas y muchos colores y caligrafía chachi, el tipo ojea la revista, sonríe, está en finlandés, no entiende nada pero es muy mona, está muy contento. Abre la otra caja, hay un Mac Air, el tipo flipa, uno de sus jefes tenía uno, casi se corre cuando lo abre, me pregunta ¿es para mí mi amol? Sí amiguito, sí, el guiri es bueno y quiere ayudar a los inditos. Hay otra caja, la abre, un cd de música electrónica, no, mejor aún, un acetato con música electrónica bien vanguardista, el tipo no tiene idea de quiénes son ni tiene tocadiscos pero le hace una ilusión que lo flipas, otra caja, el iphone. Otra, muy pesada, toda colorida. Cierra los ojos, le digo, todo lo anterior eran fruslerías, nené, este es el verdadero regalo. El pijo abre la caja, mete las manos siente una textura rara pero imagina algo verdaderamente fantástico en un gel megaguay o no sé qué. Pero le llega un olor extraño y abre los ojos. Ve que es un eje de rueda de coche todo oxidado y lleno de grasa negra, se ve las manos sucias, las mangas de su camisa sucia s, sus uñitas manicuradas sucias, su anillo del pulgar sucio, se lleva sorprendido las manos a la cabeza y se pringa su pelopincho despeinado de diseño y sus cejas depiladas, le traigo un espejo, se ve tan descuidado que entra en shock y muere»

11.

Al trabajo, no falto nunca. Increíblemente llego siempre temprano -siempre somnoliento, invariables ojeras-. Lorena como recepcionista entra media hora antes. Cuando me abre la puerta hace muecas de qué cara que llevas chaval.
La libertad debe parecerse a esto. Tener horarios sólo de lunes a viernes, sólo de nueve a seis. Fuera de este tiempo nada planifico. No sé qué haré mañana. No me interesa. No sé si me afeitaré o me cortaré el pelo, si iré al super o plancharé la ropa. Beber seguramente, acostarme tarde es muy posible, sexo si hay suerte. No haré promesas, eso seguro, no estableceré compromisos, ni siquiera amistad.
La libertad quizás no se parezca a esto.
Recuerdo cuando terminé EGB. Pensaba en cuántas cosas haría si volviese a atrás con la experiencia de ese momento. Tantas veces he regresado a esa idea. Me pregunto dentro de cuántos años querré corregir este tiempo.
Quizás es simplemente la crisis de los treinta. El afán de volver a la irresponsabilidad adolecente. Peter Pan.
¿Arreglaría mis problemas con dinero? ¿Un buen montón de dinero? Gano 1028 euros al mes. Pago 260 de piso, poco más de 20 del móvil, unos 40 para el metro. No tengo grandes gastos fijos. En realidad me sobra el dinero. Además ¿tengo problemas? ¿Cuáles son mis problemas?
Quizás es la evasión lo que se parezca a esto. Pero evadirme de qué. ¿Será esto la felicidad? ¿Hacer de la diversión una rutina? ¿En verdad me divierto? Follar, beber, bailar. Drogas no, no me gustan, rock and roll tampoco.
Es idiota el culto a Baco. Tanto como lo contrario.
No creo en la exaltación de la virtud.
No creo en la exaltación del vicio.
¿Soy feliz?
No lo sé.
No sé ni si lo intento.
Vivo como sé.
Como puedo.

12.

- ¿Y tu historia cuál es?
- ¿Perdón?
- ¿Que cuál es tu historia? Cómo has llegado hasta aquí?
Cuando no está el guiri podemos hablar los otros. Es casi un lujo. El bar en silencio. Sólo la música. Nadie gesticulando.
Xamantha es de Chipiona pero tiene un acento bastante llano, no parece andaluza. Vino hace seis años, un día volverá, dice, y abrirá un chiringuito en la playa. Una crepería o quiches, algo distinto. Ya hay demasiados negocios de chocos y pescado frito. Está ahorrando.
- Estudié empresas… y era buena, pero no tenía ganas de contar el dinero de los demás… la vida te va llevando por donde quiere y un día caí aquí.
Compartió piso con Magenta un par de años, hasta que apareció el cubano.
Le gusta Barcelona. Le gusta y la odia. Dice que es una ciudad que te absorbe y te moldea a su gusto. Hay que escapar mientras se pueda. He escuchado a varia gente de fuera decir lo mismo. Pienso qué pasa con los que nacimos aquí, si alguna vez hemos pensado en escapar, si sabemos de qué deberíamos huir.
Salía con un francés. Pensó incluso en casarse. Yo casada, dice. Incluso fueron a casa de los padres de él, en Lyon, y hubo un banquete con todo de primos y amigos. Un fin de semana rodeada de gabachos alcoholizados, y tías y abuelas antiguas, sin entender una sólo palabra, diciendo sonriente a todo oui y merci. Un día despertó –dijo desperté- y se rompió el hechizo.
- ¿y tu?
- ¿Yo? Nada, yo nací ayer, no tengo historia

13.

Tengo mi cámara de fotos. Digital. Pequeña. Una marca coreana desconocida que me regaló Ana hace siete años. Cuatro mega pixels. Nunca he pensado en cambiarla. Me gustan mis fotos y mi cámara. Siempre la llevo aunque la uso poco, a rachas. Detesto la gente que va apuntando a todo sin permiso. Son como violadores. Yo disparo a paisajes, a los balcones que veo desde el patio interior que se abre a mi ventana, las antenas, los techos -de lejos, mi zoom es tan malo que no lo uso-, mis paredes desnudas, naturalezas muertas en el suelo de mi habitación.

Hago fotos, las guardo en el ordenador, las imprimo sin colores. Formas como sombras. Blanco y negro. No quedan bien, el grano demasiado grueso. Lo sé. No soy artista. No hago arte. Mis fotos no son para exponer, ni para vender, ni para subirlas a internet. No pretendo nada con ellas. Son para mí.

14.

Y sabes que estás en el insomnio. Has despertado. La habitación a oscuras. Abres el móvil. Cuatro y veintitrés minutos. Te lo tomas con calma, tienes experiencia. Sabes que hagas lo que hagas no vas a dormirte. Te das la vuelta en la cama. Ojos cerrados. Adviertes multitud de ruidos normalmente imperceptibles. El tenue ronquido de Pablo el colombiano, el sonido de la cama del Henry cuando se mueve, el reloj de algún piso cortando los segundos, crujidos de los muebles, la nevera que arranca y se detiene, los autobuses en la calle, una moto que pasa.
Piensas. Recuerdas. Das vueltas. A veces te has levantado y has leído tu biblia, es buena idea aprovechar el tiempo, hoy no tienes ganas. Aguardas. Sabes que en algún momento el sueño entrará a traición, cuando no lo esperes. Sabes también que será demasiado tarde -demasiado temprano- y que minutos después sonará el despertador y empezará el día.
Te entra sed. No quieres levantarte pero decides que si tienes alguna inquietud tardarás más en dormirte. Vas a la cocina. Bebes agua de la botella que tienes en la nevera. Luego entras al lavabo y orinas, sentado, intentando no hacer ruido. Te acuestas otra vez. Intentas no pensar, relajarte, destensar cada músculo, no dejar ningún resquicio donde pueda agarrar la vigilia.
Cuando tenías once o doce años leíste en una revista ejercicios para combatir el insomnio. No recuerdas si era acupuntura, rollos mentales, movimientos, lo que tienes claro es que no sabía siquiera qué significaba la palabra. Preguntaste. Desvelarse. Falta de sueño. No le diste importancia.
Suena el despertador del Henry. Son las siete. Dentro de media hora sonará el tuyo. Sientes al uruguayo maldecir, removerse en su cama. Te incorporas. Golpeas la pared. «Venga sudaca, a trabajar, hostia.»
- Calla culé.

15.

He de limpiar, el guiri estuvo aquí un momento y dijo que en mi habitación era otoño porque estaban todas las hojas por el suelo. Dos ordenadores, la pantalla de uno de los ordenadores -un TFT de segunda mano-, la impresora, cables de red. Ropa sucia, calcetines, calzoncillos, CDs, condones, un par de botellas de vino, la biblia del abuelo, media botella de Macallan. Y las hojas. Papeles. Cientos de papeles. Nóminas antiguas, declaraciones de renta, certificados de estudio, diplomas del cole, un par de fotos de mi madre impresas a 10 x 8 centímetros, hojas enteras de periódico que no sé por qué guardé y al revisarlas no encuentro nada interesante en ellas. Recortes con fotos de Capa, Bresson, Man Ray, Newton, Arbus, Salgado (aunque no me gusta Salgado), Avedon. Fotos mías impresas, apuntes con encuadres ideales, bocetos de cuadros –yo que nunca he pintado-, mis libros de Taschen –Klimt, Modi, Caravaggio, Miguel Ángel, Rodin, Freud, Schiele- Más trozos de diarios con artículos que me interesaron.

A veces reviso mis papeles y no encuentro ninguno imprescindible pero no me atrevo a deshacerme de nada, nunca lo he hecho.

Cuando sé que vendrá alguien suelo recoger, meter todo en el armario y debajo de la cama sin orden, después vuelvo a esparcir. Hace meses, cuando salía con esperanzas de ligar, acomodaba y limpiaba. Ahora ya no. Era frustrante regresar solo y verlo todo recogido, era constatar la derrota. Como regresar de la guerra y ver tu pueblo convertido en cenizas humeantes. Ahora si vuelvo con alguien aparto la mierda al entrar, le digo que me acabo de mudar o invento una excusa cualquiera.

16.

Y un día llego al Calipso del brazo de Lorena, riéndonos de un chiste muy malo -¿Por qué le dicen la caperucita roja? Porque lleva en el cuello un gran lazo verde- y siento en la mirada de Xamantha un brillo especial. Lorena se pide un gintonic, Bombay Sapphire, yo Bacardí con cola. Nos sentamos al fondo. Fue Magenta quien vino a traernos las bebidas.
- Así que es aquí donde vienes siempre.
- A veces.
- Ya.
- Son guapas las camareras ¿no?
- Son guapas.
Sólo estábamos nosotros en el bar. Era jueves. Hablábamos, reíamos, Lorena fumaba, me contaba de su ex-marido. Un tipo raro, escultor, fanático del porno pero increíblemente malo en la cama. Los ojos de Xamantha no volvieron a encontrarse con los míos pero no podía arrancarme de la cabeza aquella mirada que me dedicó al entrar. Sobre las doce y media pregunté a Lorena si quería otro gintonic. Dijo que no «mejor nos vamos ya, tu también deberías, a ver si un día llegas a trabajar con cara de persona»
Pagó ella. Dijimos adiós a las chicas, salimos. La acompañé al metro. Nos despedimos con abrazos. No lo dudé. Volví al Calipso. Magenta se ha ido, no hay nadie. Xamantha y yo hablando. «Y cómo son tus noches, chiquilla?» largas, dijo, largas. Comienza a recoger, son casi la una y hay que cerrar. La ayudo. Paso una bayeta húmeda por las mesas, apago las velas -en el Calipso tenían una pequeña vela encendida en cada mesa- «Esto de recoger te convierte en cliente VIP» «Creí que ya lo era» «¿Un cubata más? la casa invita» «Me acompañas tú» «Claro»
Baja las persianas de la calle. Me sirve un Bacardí con cola y para ella una copa de tinto. Saca el dinero de la caja y comienza a contarlo.
- ¿Y no acompañaste a tu amiga a su casa?
- Ya es grande, se sabe el camino.
- ¿No tiene novio?
- Creo que no.
- Pobre, seguro va a dormir sola, con el frío que hay…
Quedamos mirándonos, otra vez ese brillo. Le acaricio el pelo, nunca la había tocado. Inclina un poco la cabeza. Acerco mis labios a los suyos. Entra en mi beso.

17.

- ¿Smithers, quién es este individuo?
- Es Simpson, señor.
- Me suena su cara.
- Es el inútil del sector siete.
Nos reímos del contable en la comida. Lorena y yo hacemos un tamden temible. Nos llaman “la pareja” o “el equipo”. Cuando alguien dice ahí llega la pareja es sinónimo de carcajadas y humor corrosivo.
Todos ríen menos nuestra víctima. A veces intentan contraatacar y lo aceptamos de buen agrado. En ocasiones nos agredimos entre nosotros para distraer. Si alguien se molesta nos empleamos a fondo con diplomacia. Ella se pone dulce, yo hago alguna broma conmigo mismo.
- Vaya manchón de tinta que llevas en la manga, nene.
- Eso es por usar bolis baratos.
- En la tintorería te la pueden cortar y hacerte una camisa de mangas cortas.
- Y lo que quede de trapos para la cocina.
- ¿En la tintorería?
- En mi pueblo estos arreglos los hacen en las tintorerías.
- Pues vaya pueblo, nen.
- En el pueblo de este si te duele una muela van al barbero.
- Y si tienes una mancha en el pantalón te haces un short.
- Si, y si se te agujerea un calcetín te hacen guantes.

18.

Me llamó Ana. Me dijo lo de siempre. Que nunca la llamo, que mamá pregunta por mí. «tienes que preocuparte más, se está haciendo mayor» «ya sé» Le dije lo de siempre. Estoy ocupado, trabajo mucho, un día nos vemos y hacemos un café y hablamos un poco, un fin de semana de estos quedamos para subir al pueblo.
- Hace un par de años no vas, fulano se casó, el viejo tal se ha muerto
Me siento incómodo, no me interesa. Es como si me hablaran de cosas que ocurrieron en otra vida; ni siquiera en la anterior, en siete o diez vidas atrás. Dice que le va bien con el marido, le han subido el sueldo, vende mucho y se lleva buenas comisiones.
Yo cuento poco. Mi insomnio persistente, el trabajo bien «me pagan y eso»
- Bueno Anita, guapa, la próxima vez te llamo yo, de verdad, te lo prometo, un besote, chao.
Colgué y llamé a mi madre. Se puso contenta. Habla a gritos, tengo que separarme el teléfono de la oreja. Me pregunta si como bien, si duermo, cómo me va la alergia -todos en la familia somos alérgicos a los ácaros, al polvo- «sobreviviré mama, el sueldo me da para pañuelos.» Le digo que subiré a verla cualquier día de estos, que he hablado con la Cris y le manda saludos -es mentira- No sé qué mas contarle. Me pasa siempre. Voy hablando y pensando qué decir luego, buscando temas de conversación. Le pregunto por los vecinos, por el jardín. «el hijo de mengana está grandísimo, fulano se casó, el viejo tal se ha muerto» «ya lo sé, me lo dijo mi hermana» «ahora los nietos se están peleando por la casa, uno quiere venderla y el otro…»
- Mama, tengo que dejarte, te llamo otro día ¿vale? besos
Cuelgo.

19.

Me estoy lavando los dientes cuando sale el Henry.
- Ey campeón, has tenido una noche movidilla ¿no? , le digo, ríe.
- ¿Ha hecho mucho ruido?
– Un poco, sí.
- Tienes que verla, dice malévolo
- ¿Está buena?
- Es gordísima, dice en voz muy baja -enorme, la pesqué en una discoteca.
- ¿Cómo de gorda?
- Como Moby Dick, dice.
- No jodas.
- Tienes que verla, espera.
Entra a su cuarto, está un par de minutos, siento voces pero no distingo lo que dicen. Henry sale.
- Tienes que irte. Dice que se quedará dentro hasta que no se marchen todos. Le da vergüenza.
- ¿Y no le daba vergüenza chillar de esa manera?
- Por eso… no sé, es rara. Baja y espérame en la esquina.
Henry entra a su cuarto, yo termino de vestirme, cojo la mochila, bajo y me quedo en la acera de enfrente.
Dos minutos después salen. Moby debe pesar unos 100 Kilos y no es muy alta. Henry me guiña un ojo. Van de la mano, como novios, Henry le besa el cuello, ella se aparta con recato pero no lo suelta. Yo cruzo la calle en dirección contraria, avanzo rápido, al doblar la esquina corro, giro, sigo corriendo, doblo otra vez. Al llegar a la otra calle camino despacio. Los veo venir. Henry no puede aguantar la risa, le da otro beso en el cuello. Llego hasta ellos.
- ¡Hombre!!Henry! ¿Qué tal majo, cómo andas? ¿Es tu novia esta chica? ¡Ya era hora hombre!

20.

1999. Barcelona. 26 de Mayo. Miércoles. Final de la Eurocopa. Manchester contra Bayern. Minuto seis. Uno a cero. Supermario de falta directa. Silencio inglés. Alemania ruge. Ochentaycinco minutos más tarde Beckham saca de esquina, Sheringham empata. El Camp Nou arde. Los ingleses no paran de gritar. Dos minutos después otro corner, otra vez saca el Spike boy. Solskjaer anota. Manchester for ever.
Las crónicas deportivas terminan ahí. Justo ahí comienza el guiri. El resto de la noche. De cómo los diablos rojos no dejaron cerveza en Barcelona. Tiene para rato. Enumerando los bares que cerraron entre el campo del Barça y plaza Cataluña, donde diez mil ingleses llegaron caminando, dejando tras de si un rastro de latas, botellas, vasos de plástico, ruido y orine, para acabar de mañana, compartiendo sillas y cervezas en la rambla con los desconsolados alemanes del Munich.
Xamantha le llena la copa cada vez que se queda sin cerveza. Está inspirado. La gente le mira cuando se exalta y grita. Yo le digo que baje la voz, que se siente. «relájate nene» Xamantha me sonríe, me guiña un ojo, yo le hago una mueca amistosa. Magenta prepara mojitos y caipiroskas. Tienen faena esta noche. El bar se ha llenado. Todos quieren cockteles. Magenta se estresa, su cara es pura tensión. Discute con Xamantha porque no ha llenado de hielo la cubitera. Parece una guerra.
Un flaco de gafas se impacienta y viene a reclamar las cervezas que había pedido.
- Pues siéntate y espera, chaval, le dice el guiri.
El tipo le dice qué quién es él y por qué cojones se mete. El guiri lo empuja. Me meto en medio. El flaco tira un manotazo torpe que me da a mi en el hombro. Hay cierto revuelo. Caen dos banquetas. Aguanto al guiri. El otro no hace nada más. Todo el bar se ha callado.
- Simon, vete de aquí de una puta vez, le grita Magenta.
Lo empujo fuera, a ver qué coño te pasa, tío, ya no sabes beber o qué.
Me dice que se le ha ido la olla, que entrará a disculparse. Parece más calmado. Está rojo. No sé si es por la rabia o el alcohol. De pronto comienza a dar patadas al suelo. fuck, fuck, holy fucking shit. La gente que pasa por la calle nos mira curiosos.
- Vete, ya vendrás otro día. ¿Te acompaño a casa?
Dice que no, que está bien. Lo veo caminar calle abajo, sin mirar atrás.

21.

- Martín
- ¿Si?
- ¿Puedes pasar por aquí un momento por favor?
Me levanto, me pongo la chaqueta, camino a la oficina. Llamo a la puerta, un par de toques breves. Entra, dice, sonríe.
- Hemos comprado este móvil y habrá que configurarlo para que me entren aquí los correos, ¿lo puedes hacer?
- Supongo que sí. ¿Tienes los papeles?
Si ten- me extiende una caja de colores con el logo de una empresa de teléfonos.
- Hay otro problema, tengo contactos en mi móvil y en la tarjeta.
- ¿Entonces?
- Hay que pasar los que están en la tarjeta al móvil nuevo, borrar la tarjeta y cargar los otros para traspasarlos, algo así, no sé, empecé a hacerlo pero me he liado y no sé bien lo que he hecho.
- Me lo miro y te digo algo.
- Gracias… ¿lo tendrás para esta tarde?
- No estoy seguro, supongo que no.
- Tengo que irme a Madrid a la reunión de los comerciales.
- Lo intentaré.
- Si no puede ser me llevo la tarjeta en el otro teléfono y ya cuando regrese lo hacemos.
- Ok, cap problema. Cuenta con que no estará, lo voy a intentar pero creo que tardaré un más.
- Bueno… me llevo el móvil viejo, quédate este y ve haciendo lo de los correos, lo otro lo haremos luego.
- Vale, como quieras.
- Gracias.
- No pasa nada.

22.

Los colombianos se han ido. Llegué del trabajo por la tarde y las puertas de sus habitaciones estaban abiertas. Armarios vacíos, colchones sin sábanas. No dijeron nada. Hacía dos o tres días no me los cruzaba. Es el primer abandono en los cinco meses que llevo aquí.
El piso lo gestiona Luisa. Tiene 70 años. Vive en el primero. Alquilan toda la finca por habitaciones como si fuera una pensión. No es la dueña pero administra el negocio. Siempre pienso que es un buen sitio para terroristas o traficantes. Nadie hace preguntas, no hay papeles ni registros. Sólo pagas y vives. Simple y claro.
Henry lleva cinco años en la misma habitación. Dice que ha perdido la cuenta de los que han pasado. Un indio sin trabajo que sólo bebía y dormía, dos mochileros italianos, una vasca -dice que intentó follársela varias veces pero no hubo suerte-, dos o tres brasileños con banderas, zamba, posters de Ronaldiño y Brasil o melhor do mundo, un danés de más de dos metros (no sé como dormiría en la cama de 1,80) un morito argelino que decía ser francés, varios andaluces. Peruanos, bolivianos, ecuatorianos. Algunos se despedían, hacían fiestas, comilonas, daban abrazos. Otros como los colombianos. Llegabas un día y ya no estaban.
Alguien antes de irse puede forzar tu puerta y robarte. Dice el Henry que nunca le ha pasado pero sería tan inevitable que ni siquiera nos inquieta. Sólo queda tomar un par de precauciones. Esconder el efectivo. No tener cosas de valor.
Soy como un guerrillero espartano. Mi mochila, mi cámara obsoleta.
Sólo pesan los papeles y los libros pero no creo valgan gran cosa.

23.

En algún sitio vi un cuadro de Cezanne. Una roca naranja en primer plano, detrás un árbol sin hojas. He revuelto mis papeles varias veces intentado encontrar otra vez esa lámina. No lo he conseguido. Quizás mi memoria mezcla imágenes o confunde el autor. Puede que lo haya soñado. La gran piedra naranja que llena un tercio del lienzo. No óleos bucólicos. No marinas. No atardeceres en la montaña. Un paisaje especial. Sólo una roca y un árbol. Nada que puedas colgar en el salón.


Vamos a ver, tú, dinos por qué nos sobreviene esta desgracia.

¿Cuál es tu oficio, de dónde vienes?

¿Cuál es tu tierra y de qué pueblo eres?

Él les respondió:

Soy hebreo y adoro a Yahvé, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.


Dos días después de separarme -fue hace seis meses pero parece que hayan pasado siglos- me fui a Madrid. Tenía dinero, habíamos ahorrado para comprar un piso y ya no iba a ser necesario. Estuve una semana de juerga, alojado en una pensión en Lavapiés. La última tarde, resacoso, mareado, me puse sentimental y determiné que no podía regresar sin ir al Prado.

Pagué los ocho euros. Entré sin mapa. Caminé. Primero me detenía ante las vírgenes, los cristos, anunciaciones, adoraciones, apóstoles, motivos griegos. Me aburrían tantos azules cielo, tanta mitología, tanta iglesia. Estuve a punto de marcharme. Decidí avanzar sin detenerme más. Tenía que verlo. Dos salas más allá creí reconocer al de Olivares. Apuré el paso. Llego. Me giro. Veo El Triunfo de Baco. Siento la voz de un guía que dice a su rebaño «una de las pinturas más importantes de…» vuelvo la cabeza. Lo veo. Empiezo a llorar. Son las meninas. Nunca me habían interesado. Buscaba verlas por el simple decir «las he visto».


¿Por qué entonces las lágrimas? No lo sé. Un par de años antes, viniendo en coche con Ana desde el pueblo , cambié de cadena en la radio y Camarón cantaba Que Dios te guarde Perla que Dios te guarde porque estas en el cielo junto a tu mare y también acabé llorando. No suelo hacerlo. No creo ser especialmente sentimental.


Un rato después, más sosegado, seguí con calma por el museo. Ante Goya, comparando retratos de reyes, perfectos, fotográficos, con los de su quinta oscura y los del dos de mayo, constaté algo que ya sabía pero nunca había sido tan transparente para mi. Me gusta el arte que no está hecho para comer. No me interesa Leonardo, ni Rubens, ni Dalí. No pintaban para ellos. Buscaban agradar al amo. Quiero encuadres imposibles, desequilibrio. Quiero que alteren mi balance químico. Quiero llorar, reír, marearme o excitarme sin tener que saber por qué.


Estoy sin camisa en la azotea, Macallan, Montecristo. El aire de la noche es refrescante. A lo lejos un par de barcos salen del puerto.

Pienso.