4.

El guiri es un tipo vital como todos los de su especie. Jamás parece tener problemas. Siempre riendo y fanfarroneando en su castellano torpe. En verdad es tímido. La primera noche que entré acá él también estaba. No sé cómo escribe sus versos. Supongo los hace en inglés y luego los traduce. Es ingeniero industrial. Una empresa inglesa le paga sueldos ingleses por trabajar en el sol de España. Podía ser un yuppie con corbata follando putas caras en los bares de la zona alta. Prefiere el Raval. Prefiere El Calipso.
Se apoya a mi lado en la barra, me invita a un cubata, habla, me cuenta no sé qué, yo comento distraído una noticia del diario. En los altavoces suena una trompeta. El guiri cierra los ojos y acompaña el ritmo con las palmas. Gira. Baila. Satchmo, dice, I love al tío este. Abre los brazos. Ven nena, baila with the superguiri, dice a Xamantha. Los clientes lo miran, ríen, cuchichean. Xamantha dice que ni hablar. Va entonces a por Magenta. La agarra de una mano y le hace dar un par de vueltas torpes. Ensayan algo parecido a un vals. Viene hacia mí. Lo aparto con una mano.

Eran tiempos de comenzar. Nuevo curro, nuevo piso compartido, nueva soltería, nuevos amigos. Había estado viviendo un par de años con una chica. Yo era administrativo en un hospital y arreglaba los ordenadores de los colegas cuando se estropeaban. Era simple y feliz. Un día la chica y yo rompimos, a la semana siguiente pedí la cuenta en el trabajo. Poco más que contar. El dolor de las cosas que se acaban, la incertidumbre de buscar faena, la historia de siempre. Encontré una habitación en lo de la Luisa, un antiguo amigo me comentó que buscaban alguien en Inventa y empecé a frecuentar El Calipso.
Cumplía treinta años en breve. Era como nacer de nuevo.