22.

Los colombianos se han ido. Llegué del trabajo por la tarde y las puertas de sus habitaciones estaban abiertas. Armarios vacíos, colchones sin sábanas. No dijeron nada. Hacía dos o tres días no me los cruzaba. Es el primer abandono en los cinco meses que llevo aquí.
El piso lo gestiona Luisa. Tiene 70 años. Vive en el primero. Alquilan toda la finca por habitaciones como si fuera una pensión. No es la dueña pero administra el negocio. Siempre pienso que es un buen sitio para terroristas o traficantes. Nadie hace preguntas, no hay papeles ni registros. Sólo pagas y vives. Simple y claro.
Henry lleva cinco años en la misma habitación. Dice que ha perdido la cuenta de los que han pasado. Un indio sin trabajo que sólo bebía y dormía, dos mochileros italianos, una vasca -dice que intentó follársela varias veces pero no hubo suerte-, dos o tres brasileños con banderas, zamba, posters de Ronaldiño y Brasil o melhor do mundo, un danés de más de dos metros (no sé como dormiría en la cama de 1,80) un morito argelino que decía ser francés, varios andaluces. Peruanos, bolivianos, ecuatorianos. Algunos se despedían, hacían fiestas, comilonas, daban abrazos. Otros como los colombianos. Llegabas un día y ya no estaban.
Alguien antes de irse puede forzar tu puerta y robarte. Dice el Henry que nunca le ha pasado pero sería tan inevitable que ni siquiera nos inquieta. Sólo queda tomar un par de precauciones. Esconder el efectivo. No tener cosas de valor.
Soy como un guerrillero espartano. Mi mochila, mi cámara obsoleta.
Sólo pesan los papeles y los libros pero no creo valgan gran cosa.