51.

Me llamó Xamantha. Preguntó que si podíamos quedar.
- Estoy trabajando.
- Ya sé. Me acerco, ¿Dónde es?
Le explico.
Nunca lo había hecho. Debe tener algo importante que decirme. Intenté averiguar qué pasaba. Insistió en que no quería hablarlo por teléfono.
Un rato después bajé al bar. Pedí un café. La vi dejar el autobús y caminar hacia acá. Empujó las puertas de cristal, sonrió. Ojeras. Pelo alborotado. Preciosa. Me saludó con un beso breve en la boca. Se dejó caer sobre la silla y pidió un café con leche «corto de café, muy caliente.» Me miró a los ojos.
Se va a Sevilla. Esta tarde. En avión. La espera su tía para llevarla en coche a Chipiona. No sabe cuando regresará. Su madre tiene cáncer.
Balbuceé que lo sentía.
- ¿Es grave?
- No lo saben bien. Parece que sí.
En sus ojos había desamparo.
Tenía que hablar. Esgrimir palabras de consuelo. Conjuros que invocaran esperanza; remedios contra el desánimo. Estuve tentado a decirle que me iría con ella. Un impulso de dejarlo todo, las cuatro cosas que son mi todo.
Quedé en silencio. Labios apretados.
- Tengo que irme a recoger.
Un abrazo muy fuerte. Otro beso breve, sin pasión, casi de compromiso.
- Cuídate mucho.
Permanezco sentado contemplando el café con leche intacto que se enfría.