53.

Chupo sus dedos. Con mi lengua mojo la yema de sus dedos. Voy empapándolos de saliva como si me hubieran encomendado la tarea de disolverlos. Suspira. Se acaricia sobre la tela de las bragas. Mi boca avanza despacio por sus ingles, sus muslos, recorre las piernas. Mordisquea. Humedece.
Más arriba los dedos desaparecen bajo el encaje negro del tanga. Mi boca va a la suya, se enrosca en su lengua. Ahí se detiene. Disfruta de todos los rincones, el paladar, el interior de los labios. En algún momento comienza a bajar. Lentamente. Demorándose en sus pechos, en el abdomen, en el tatuaje azul, tres aspas puntiagudas entrelazadas.
Curioso observo de cerca el tejido de sus bragas, hacen un dibujo de mariposas o flores exóticas, quizás algún tipo de mandala. Froto mi cara contra ella Soy un gato buscando ternura. Siento en mis labios el perfil de sus dedos que se acarician. Aparto la tela.

Es una fiesta de los sentidos. Sus olores, a sexo, a humedad, un poco a sudor, el olor de de las sabanas limpias, algodón secado al sol. Escucho sus gemidos contenidos, la respiración agitada. En mi lengua el sabor de su sexo. Me pregunto si las texturas que aprecias con la lengua pertenecen al gusto o al tacto. Tacto es también mis manos en sus pechos, el toque un poco áspero de sus pezones duros, la piel lisa, el pequeño cáliz del ombligo, mis mejillas restregándose contra su carne. Y la vista, su cuerpo sobre la cama. Oscilando. Ingrávido. Leve.
Al fondo, en la pared un cuadro de Klimt. Danae, duerme en la torre y una lluvia de oro se cuela entre sus piernas. Sus muslos aprietan mi cara. Sus manos en mi cabeza. Más gemidos. Más estremecerse. Más sudor. Todo su cuerpo rígido, preámbulo de la explosión. El tiempo se detiene un instante.
Y yo la siento temblar contra mí como enferma de una fiebre deliciosa.