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Hemingway llegó a Tarragona el cinco de noviembre de 1938, iba con Capa y Herbert Matthews -Herbert Matthews entrevistaría veinte años después a Fidel Castro en la Sierra-, habían dejado atrás el frente del Ebro. Hem envió por cable tres artículos al Kansas City Star. Se publicaron los tres domingos siguientes. Pocos los conocen. Un artículo era sobre los toros, otro sobre el vino, el último una especie de recreación costumbrista sobre la vida en España, vendimia, flamenco, boinas, tracas. Nada sobre la guerra, ni una línea. Todo era inventado. Era el pago a una apuesta que había perdido con Pete Wellington.
El guiri es épico. Todo lo que cuenta se convierte en grandioso. En su boca algo tan cotidiano como el ir a comprar pan puede sonar a La Odisea.
¿Qué hago cada noche escuchando hablar a este tipo sobre cosas que no me interesan? No estoy seguro si es porque me he acostumbrado, porque en casa me aburro, por Xamantha, por Magenta.
Vine a Barcelona para estudiar español, cuenta el guiri. Se había graduado de ingeniero industrial con 23 años. Había estado en la final de la Champions del 98, había estado también en Pamplona en San Fermín y en Madrid y Málaga. «No estoy seguro por qué elegí justamente Barcelona. Se supone que si quieres estudiar español te vas a Madrid ¿no?» Después regresó a Manchester, luego vivió en Sudáfrica, viajó por la India y por Australia. Su madre murió, regresó a casa. Dos meses después lo ficharon sus jefes de ahora.
Ponme otro digo a Xamantha. Y ponle uno también al amigo turista. El guiri se ríe. ¿Qué decías de la Champion? – pregunto. Xamantha prepara los dos cubatas, los pone frente a nosotros y se sienta al otro lado de la barra. Magenta pasa con una bandeja. El guiri flota. Yo silencio.