57.

Impresoras que no imprimen. Correos que no llegan. Documentos borrados que hay que recuperar. Cibermierda perdida quién sabe dónde. Echo de menos a Lorena. Me escribe a veces. Está bien. Trabaja fregando platos en un hotel. Aprende inglés. Vive su sueño extranjero. Cuenta que es nice –dice nice- caminar por el Tamesis los domingos, con un abrigo largo y un paraguas. Le embarga –dice así, «me embarga»- un awesome sentimiento de nostalgia o melancolía. No sabe bien la diferencia. «¿La sabes tú, querido?»
No había advertido que venía a trabajar casi por ella. No estaba enamorado, era algo menos poético, pero fuerte. Reírnos y hablar era lo único que me salvaba aquí del hastío. Pasaron meses antes de darme cuenta

Cada vez trabajo menos. Me he aficionado al buscaminas. Nunca me habían gustado los juegos de ordenador pero ahora hago records increíbles. Es un vicio raro. De algún modo me las arreglo para que no se note. Supongo que en general todos hacen lo mismo. No dejo de mirar el reloj. Salgo, tomo café, ojeo diarios, miro noticias en la red, busco videos en youtube.
Hablo en el desayuno con los de contabilidad sobre el futbol. Árbitros, jugadores, fichajes nuevos. Hablo en la comida de mujeres con los ingenieros, hago que los casados envidien la soltería con historias de juergas reales o inventadas, a los arquitectos les hablo de pintura, no saben quién fue Repin, Rothko, Vlamink, confunden a Cezane con Matise y son fans de Dalí y Rafael, pero les levanta el ego que alguien los trate como artistas. Con los delineantes converso de política. Hay uno lector de Bakunin y otro votante de convergencia y me divierte enfrentarlos.
No hay demasiadas diferencias a cuando estaba Lorena. No creo que haya algo definible. El caso es que me aburro y cuando ella estaba todo resultaba más pasable. Tal vez sólo era cuestión de tiempo. Puede que aunque estuviese aquí sentiría lo mismo que ahora. Quizás idealizo el pasado. Nunca podré comprobarlo.
El caso es que me aburro. Me aburro y la extraño.