28.

Tras varios intentos consigo detener un taxi. Mallorca con Padilla, digo y me acurruco en el asiento de atrás. Hago el viaje mirando como suben los números en el taxímetro. Llego. Pago. Bajo. El bar de al lado de casa aun está abierto. Aterrizo en una silla. Pido el último cubata de la noche. Tienes diez minutos, me dice Pau. «sobra tiempo». Bebo mirando como recogen las mesas, limpian y hacen la caja.
Despierto en mi cama vestido, sudoroso, con un sabor desagradable en la boca. Ya es sábado, son las 12:30, me baño, bajo a desayunar «¿otra vez aquí?» «bacon con huevos Pau, por favor y no te rías de un pobre adicto» Leo el diario, más fútbol. Pido una birra y unas bravas, me he levantado con hambre, no tengo resaca. Es una bendición. Quizás hay un dios y es bueno y me ama.
Voy a la playa. Solo he cogido el bañador y la toalla. Nado un poco, camino descalzo. Me gusta sentir la arena en los pies. No hay demasiada gente. Corre un airecillo agradable que me levanta el animo y me hace sentir fuerte. Extiendo la toalla. Me tumbo al sol. Cuando decido que es suficiente me meto en un chiringuito y pido cerveza. Llamo Neus, a Xamantha, al Félix. No cogen el teléfono. Apago el móvil. Me voy a otro sitio. Sigo bebiendo.
Regreso a casa. Me ducho otra vez. El agua tibia barre la sal que traigo en la piel. No hay nadie en el piso. Termino de secarme en la sala. Pongo la tele. Hago zapping. Bajo otra vez al bar. El Pau me mira, ríe. Te vas a hacer millonario conmigo, cabrón, digo. Me acomodo en una mesa. Comienza el partido. Barça pierde. Mierda Mierda Mierda Mierda.