32.

Xamantha desnuda en mi cama. Las piernas abiertas, flexionadas. Se acaricia el sexo con el índice de la mano derecha. Foto. Xamantha girando. Foto, un poco desenfocada, su pierna iba más rápida que el obturador o quizás moví la cámara al apretar el botón, errores de aficionado. Foto. Las nalgas de Xamantha, rotundas, espectaculares, blancas; con una pequeña mancha oscura en la izquierda, alargada, en forma de isla. Hay poca luz. Las imágenes saldrán en tonos rojizos. Me gusta así. He entreabierto la ventana. Si pongo el flash se quemaría todo. Quizás va siendo hora de comprar una cámara decente, con enfoque manual, zoom, alta resolución.
Su rostro vuelto hacia mí, el pelo desordenado cayéndole por la espalda, a cuatro patas, el culo levantado para mostrarme su coño húmedo. Foto. Me agacho. Foto. Me acerco. Foto de su índice acariciando. Primer plano. Foto. Primerísimo plano. Me muevo. Foto. Foto. Foto. Se toca. No está posando. Me ignora. Espío su intimidad. En este momento soy invisible y tengo por modelo al más hermoso de los animales salvajes.
Suelto la cámara. Muerdo su culo. Su espalda. Se deja caer en la cama. Yo sobre ella. Hambriento. Sorbiéndola. Bendiciendo mi paladar con sus sabores. Jadea. Es ruidosa. Mi cabeza explota en imágenes. Un irbis saltando entre nieves. Caballos salvajes corriendo en la pradera. Las fotos de Xamantha. Las de hoy. Las de otros días. La oreja donde ahora susurro desatinos. Su pelo que aparto. Su cuello. Láminas de Schiele. Sensuales. Sexuales. Pornográficos.
Hace calor. Sudamos. Es excesivo. Abro la ventana de un golpe sin importar si la vecina sale a tender la ropa. Las gotas me resbalan por la barbilla, caen sobre su cuerpo. Salgo de ella. Enciendo el ventilador. Veo volar varios papeles. Regreso a la cama.