59.

Otro viernes y otro lunes y otro viernes. Ruidos en el cuarto del patinador. Todas las noches siento su música y el tin tin del Messenger cuando le llegan mensajes. Siempre música electrónica y chat. Su habitación no tiene ventanas, está entre la mía y la del Henry.
El italiano ronca. Se queda dormido en el sofá con la tele encendida. Los pies le huelen a muerto. Puedo escuchar sus ronquidos con la puerta cerrada sobre la música del chaval, los tiros y los frenazos de la tele. El Henry se levanta, le abre la puerta del balcón. Al rato el italiano siente frío, apaga la tele y se mete en su cueva. Así todas las noches. Tienen su propia guerra.
Mi cumpleaños lo pasé solo. Treinta uno. No se lo dije a nadie en el trabajo. Apagué el móvil. No tenía deseos de hablar con Ana o con mi madre.
Quería regalarme algo especial. Un Cohiba Esplendido, 24 euros, para combinarlo con mi Zacapa y sentirme relajado y tropical. Hice la cola en el estanco, un tipo hablaba con el vendedor sobre los precios del Marlboro. Discutían. Impuestos. Costes. Beneficios. No entendí nada. Si quieres fumar compra y calla. Me aburrí. Marché molesto. A la mierda el Cohiba.
Tenía intención de emborracharme pero en vez de beber estuve caminando. Llegué a casa sobre las diez. Me bañé, comí una tortilla. No había nadie en el piso.
En la tele un programa del corazón. Una morena de tetas enormes gritaba que sí se había acostado con no sé qué tío, él decía que ni en sueños, otra aseguraba tener unas fotos, así todo el rato, no conocía a nadie. Steven Segal machaca a los malos, Meg Ryan joven besa a un chico rubio. Cazadores furtivos de elefantes. Noticias atrasadas. Un tipo que promete abdominales sin hacer esfuerzos. Teletiendas. Adivinos.
Volví a Steven Segal. Aguanté un rato. En la primera tanda de anuncios apagué la tele y me fui al cuarto. Ojeé la biblia. Miré el libro de Schile. Encendí el ordenador. Miré fotos antiguas. Me sentí triste y feliz. Antes de dormir me masturbé evocando el culo de Xamantha.