60.

Y un día llego al Calipso y hay dos camareros. La rusa bebe un Martini en el extremo de la barra. Sonríe al verme. Parece que se alegrara. Me acerco. Le pregunto por Magenta. Ya no está entre nosotros, dice sonriente.
- ¿A dónde ha ido?
- No lo sé, alguna oficina, creo.
- Entonces pasó a mejor vida.
Iba un poco borracho. Había tomado dos cubatas en el Mendizabal. Qué bebes, pregunta. «Un mojito… no, mejor caipiroska». Hace un gesto al camarero. Es un gesto elegante, aristocrático, imperial.
Coquetea. Celebra cada cosa que digo con facilidad excesiva. Levanta la cabeza, echa los hombros hacia atrás. Parece un pájaro desplegando sus plumas. Danzas de cortejo.
Habla del bar, de lo bien que le va. «es muy duro ser empresario, hay que tener la cabeza bien fría ¿sabes? Aprovechar las oportunidades, crecerse en las crisis.» Voy bebiendo despacio. Asiento. No digo nada. En chino crisis y oportunidad son el mismo anagrama ¿lo sabías? dijo haciendo un garabato en una servilleta.
- Son un poco feos esos cuadros ¿no? le digo señalando unas telas que colgaban en la pared tras la barra.
- ¿No te gustan?
- La verdad es que no. ¿a ti?
- Son conceptuales, va más allá del placer estético. No es cuestión de si te gustan o no.
Remuevo la caipiroska. La termino de un trago. Contemplo en el fondo del vaso los trocitos de hielo y el limón. Suspiro.
- Es que son feos de cojones.
Ella me mira confusa.
- Es un poco ofensivo tu tono ¿no te parece?
- ¿Y no te parecen ofensivas tus gilipolleces?
Se pone roja. Nerviosa. Dice algo acerca de la educación. Dice que estoy en su casa.
Suspiro. Vete a la mierda, digo.
- Márchate
Sonrío.
- Por cierto, he perdido la cartera. ¿Me invitas a esto verdad?