23.

En algún sitio vi un cuadro de Cezanne. Una roca naranja en primer plano, detrás un árbol sin hojas. He revuelto mis papeles varias veces intentado encontrar otra vez esa lámina. No lo he conseguido. Quizás mi memoria mezcla imágenes o confunde el autor. Puede que lo haya soñado. La gran piedra naranja que llena un tercio del lienzo. No óleos bucólicos. No marinas. No atardeceres en la montaña. Un paisaje especial. Sólo una roca y un árbol. Nada que puedas colgar en el salón.


Vamos a ver, tú, dinos por qué nos sobreviene esta desgracia.

¿Cuál es tu oficio, de dónde vienes?

¿Cuál es tu tierra y de qué pueblo eres?

Él les respondió:

Soy hebreo y adoro a Yahvé, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.


Dos días después de separarme -fue hace seis meses pero parece que hayan pasado siglos- me fui a Madrid. Tenía dinero, habíamos ahorrado para comprar un piso y ya no iba a ser necesario. Estuve una semana de juerga, alojado en una pensión en Lavapiés. La última tarde, resacoso, mareado, me puse sentimental y determiné que no podía regresar sin ir al Prado.

Pagué los ocho euros. Entré sin mapa. Caminé. Primero me detenía ante las vírgenes, los cristos, anunciaciones, adoraciones, apóstoles, motivos griegos. Me aburrían tantos azules cielo, tanta mitología, tanta iglesia. Estuve a punto de marcharme. Decidí avanzar sin detenerme más. Tenía que verlo. Dos salas más allá creí reconocer al de Olivares. Apuré el paso. Llego. Me giro. Veo El Triunfo de Baco. Siento la voz de un guía que dice a su rebaño «una de las pinturas más importantes de…» vuelvo la cabeza. Lo veo. Empiezo a llorar. Son las meninas. Nunca me habían interesado. Buscaba verlas por el simple decir «las he visto».


¿Por qué entonces las lágrimas? No lo sé. Un par de años antes, viniendo en coche con Ana desde el pueblo , cambié de cadena en la radio y Camarón cantaba Que Dios te guarde Perla que Dios te guarde porque estas en el cielo junto a tu mare y también acabé llorando. No suelo hacerlo. No creo ser especialmente sentimental.


Un rato después, más sosegado, seguí con calma por el museo. Ante Goya, comparando retratos de reyes, perfectos, fotográficos, con los de su quinta oscura y los del dos de mayo, constaté algo que ya sabía pero nunca había sido tan transparente para mi. Me gusta el arte que no está hecho para comer. No me interesa Leonardo, ni Rubens, ni Dalí. No pintaban para ellos. Buscaban agradar al amo. Quiero encuadres imposibles, desequilibrio. Quiero que alteren mi balance químico. Quiero llorar, reír, marearme o excitarme sin tener que saber por qué.


Estoy sin camisa en la azotea, Macallan, Montecristo. El aire de la noche es refrescante. A lo lejos un par de barcos salen del puerto.

Pienso.