29.

La dueña del Calipso es una rusa de Bakú con pretensiones de coleccionista de arte. A veces viene, se sienta en la barra, pide un martín sec y mira al infinito como se supone debería mirar una chica Bond, una femme fatal, una archiduquesa de los tiempos de los zares. Es alta. Tiene ese aire de top model, de seguridad que tienen las top models, al menos en las pasarelas; y es curioso porque no es una mujer guapa. Me divierte contemplarla estirada, segura, mientras habla del último cuadro que ha comprado a un prometedor artista desconocido.
Hay exposiciones en el Calipso. Cada cinco o seis semanas cuelgan en las paredes cuadros distintos, más o menos horribles, más o menos cursis. Hoy son cinco lienzos (ella siempre dice lienzos) de un tal Marc Pacheco. Rayas negras hechas con pincel grueso sobre fondo gris, salpicaduras rojas. Hablan la rusa, el cubano y un filipino canoso de pelo largo. Parece una reunión de la Logia Mundial del Absurdo. Estoy de espaldas a ellos, mirando al guiri que me explica algo de cuando vivía en Johannesburgo. Me llegan palabras sueltas del trío. «arriesgado» «radical» «rompedor» «suprematismo» «el sentido último del arte» «pura vanguardia»
El guiri coge una servilleta y se pone a hacer diagramas. Es su pasatiempo favorito. Máquinas, engranajes, poleas, tornillos sinfín que terminan invariablemente en un muñeco –un circulo y cinco rayas- colgado de alguna cuerda, o el circulo separado del resto, o a veces, las cinco rayas y el circulo, cada cuál por su lado.
- Mira qué le pasa hoy a muñequito sin nombre.
Sólo Xamantha y yo sabemos la identidad del palote, el resto piensa que es otra excentricidad del inglés. Debería hacerlos en grande y exponerlos ¿verdad?, le digo a la rusa. Ella coge la servilleta, le hecha una mirada miope, sonríe, quizás, dice. Pasa la servilleta al cubano que hace una mueca y murmura «interesante» El filipino se acerca al guiri sonriente, le extiende la mano, dice soy Marc Pacheco, ¿conoce usted a Bourriaud?